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Los poderes mágicos de las canciones de cuna

Si eres aficionada a cantar o no, tu bebé se convertirá en un público excelente y será tu mayor fan. Le encantarán tus canciones, conciertos, y serás su ídolo. Así que no lo dudes: cuando estés con tu niño, ponte a cantar. Aun si hace mucho tiempo no cantas, llegará un día cualquiera que, ante un bebé nervioso que llora y no se calma con nada, te sorprenderás al escucharte tatarear una canción. Mientras el niño está en la cuna o mientras lo meces en brazos, siguiendo el ritmo de tu balanceo, empezarás a canturrear algo así: “Duérmete niño, duérmete ya...”. Como tu memoria no te ayudará a recordar ninguna letra, seguramente repetirás siempre la misma tonadilla o usarás palabras de tu propia cosecha. Y de repente, todo eso tendrá un efecto positivo sobre ti, ya que te sentirás más calmada y, poco a poco, el bebé también se tranquilizará.

 

¿Los bebés saben de música?

Probablemente sí. Desde siempre y en todas partes, los humanos han canturreado canciones a los más pequeños para tranquilizarlos y ayudarles a dormir. De hecho, también solemos cantar para seguir el ritmo de una actividad física o de una tarea. Todos tenemos en nuestro interior capacidades musicales innatas aunque no hayamos recibido una formación específica.

Los estudios de la investigadora canadiense Sandra Trehub y su equipo acerca de las percepciones musicales precoces han demostrado que un niño de nueve meses es capaz de percibir una nota desafinada en una secuencia musical repetitiva. Los niños son sorprendentemente precoces a la hora de percibir el contenido emocional de la música. Durante la infancia, muestran sensibilidad ante la alegría, la tristeza o la cólera que expresa la música de su cultura. Todo esto está relacionado con su percepción de la voz humana: si recitamos un texto con una entonación positiva, también comunicamos al bebé un estado de ánimo positivo. De la misma forma, los bebés son más sensibles a una voz que les habla en una lengua extranjera pero de forma maternal (es decir, con un tono adaptado a ellos), que a una voz que les habla en su lengua materna pero de forma adulta.

Además, las canciones de cuna adoptan, para cada cultura, unos patrones musicales constantes y característicos que se asemejan a la entonación específica que usamos para dirigirnos a los bebés. En Occidente, dichos patrones son el tatareo, las repeticiones de sílabas, los diminutivos, las onomatopeyas y las sílabas sin significado. Además, el ritmo de las canciones de cuna suele acompasarse al del pulso.

Cabe destacar que no cantamos de la misma forma cuando cantamos para nosotros en la ducha o escuchando un disco que cuando lo hacemos para los niños. Con ellos, adoptamos de forma natural un ritmo más lento, un tono de voz más agudo e invertimos más entusiasmo. Además, aunque cada uno de nosotros tiene su propia versión de “La gallina turuleca”, tenemos una capacidad sorprendente de interpretarla exactamente igual cuando se la cantamos a un niño, como si se tratara de un ritual. De esta forma, se transmite un patrimonio folklórico familiar con sus particularidades y discordancias.

Para niños y para mayores

En las letras de las canciones de cuna babilonias y asirias del siglo I a.C. se decía que el llanto de los bebés rompía el orden divino. Debes de pensar: “Estoy totalmente de acuerdo con los babilonios y los asirios”. Por eso, los padres y las niñeras de la Antigüedad no encontraron nada mejor para recuperar el orden divino que cantar canciones a los causantes del problema.

De esta forma, el objetivo de cualquier canción de cuna es calmar el llanto y provocar el sueño, como si se tratase de un encantamiento mágico gracias al cual los adultos nos convencemos de nuestro poder para tranquilizar al niño. Todo esto tiene un impacto positivo sobre nuestras propias tensiones, ya que las liberamos, y, consecuentemente, el bebé se tranquiliza. Las canciones de cuna son como una especie de canción de trabajo, el tambor que marca el ritmo. Ocuparse de un bebé es uno de los trabajos más absorbentes del mundo, y hacerlo cantando de vez en cuando es positivo para todas las partes implicadas: el bebé está alegre y el adulto, relajado.

Cantar nos permite quejarnos de tareas muy difíciles y de las exigencias infinitas de los bebés, sin dejar de estar de buen humor. Un buen ejemplo es esta famosa canción venezolana: “Duérmete mi niño, que tengo que lavar los pañales, darte de comer. Duérmete mi niño, que tengo que lavar los pañales y darte de beber. Ese niño quiere que lo duerma yo, que lo duerma la madre que lo parió. Ese niño quiere que lo duerma yo, lo duerma la madre que lo parió”.

Las fórmulas mágicas de la primera infancia

Las canciones de cuna, al igual que las canciones infantiles (interpretadas mediante gestos al principio y cantadas por ellos mismos más adelante), constituyen el primer lenguaje poético de la infancia. Son un conjunto de palabras, sílabas y consonantes estrechamente vinculadas con emociones, alegrías, momentos únicos. Son palabras que no están asociadas con ningún significado especial ni objeto. De hecho, es todo lo contrario a lo que hacemos cuando repetimos palabras para que los bebés asimilen el lenguaje.

Gracias a las canciones, e incluso aunque todavía no entiendan la letra, los niños aprenden que el lenguaje no describe únicamente los objetos que les rodean, sino que tiene una dimensión poética, imperceptible, irracional, irreal. Hablan de ratones que comen bolitas de anís, elefantes que se balancean en telas de araña, etc. Además, seguro que algunas de estas palabras que carecen de sentido para los niños o que ellos interpretan a su manera se quedan grabadas en su memoria. Con el paso de los años, una melodía o un comienzo de frase puede hacer resurgir en nuestro interior emociones olvidadas, recuerdos y todo un universo encerrado dentro de una expresión casi mágica.